22 de noviembre de 2024

Clarin Veracruzano

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No fue un meteorito lo que mató a los dinosaurios, sino un cometa, según un nuevo estudio

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Hace alrededor de 66 millones de años cayó sobre la Tierra un objeto enorme. El impacto fue tan devastador que aniquiló tres cuartas partes de la vida en la Tierra, incluyendo a los dinosaurios. Hasta ahora se creía que ese objeto fue un meteorito, pero un nuevo estudio recién publicado desafía esa idea.

La hipótesis más extendida sobre el denominado meteorito de Chicxulub es que era un asteroide proveniente del cinturón que rodea el Sol entre las órbitas de Marte y Júpiter. La razón por la que creemos esto es que diversas investigaciones sobre el sustrato geológico de la época en la que tuvo lugar el impacto muestran altas concentraciones de iridio, un elemento comúnmente asociado con los meteoritos. A esta hipótesis se la conoce como la hipótesis Álvarez en honor al físico Luis Álvarez, quien la formuló por primera vez junto a su hijo geólogo en 1980. Desde entonces otros estudios independientes han confirmado la existencia de iridio en el sustrato geológico del cretácico-paleogeno.

Avi Loeb y Amir Sira tienen otra teoría. Estos dos investigadores de la Universidad de Harvard no niegan que hubo un impacto brutal en Chicxulub, pero cuestionan el origen del objeto. ¿Su teoría? Que lo que cayó sobre nuestro planeta hace 66 millones de años y cambió la historia para siempre no fue un meteorito, sino el fragmento de un cometa de período largo proveniente de la nube de Oort, en los confines del Sistema Solar.

La explicación que esgrimen Loeb y Sira para su teoría es estadística. Ambos astrofísicos comenzaron estudiando la frecuencia a la que los asteroides impactan en planetas del sistema Solar. Al hacerlo encontraron un problema: este tipo de impactos suceden con muy poca frecuencia. La falta de resultados significativos hizo que los científicos comenzaran a estudiar los impactos de cometas.

Lo que descubrieron (y que acaban de publicar en Nature) es que los impactos de cometas de entre 10 y 60 kilómetros son mucho más frecuentes que los de meteorito. Todo comienza cunado un cometa de período largo (aquellos cuya órbita es tan elíptica que les lleva mucho tiempo aproximarse al Sistema Solar) se acerca lo bastante a Júpiter como para que este modifique su trayectoria. El cometa entonces se acerca tanto al Sol que las fuerzas gravitatorias de la estrella lo rompen. Los fragmentos resultantes forman una peligrosa metralla cósmica que es precisamente la responsable de la mayor parte de impactos contra planetas del sistema Solar. Es precisamente lo que ocurrió en 1994 cuando el cometa Shoemaker-Levy 9 impactó contra Júpiter. Según sus cálculos, alrededor del 20% de los cometas de periodo largo terminan así.

La hipótesis de Loeb y Sira es que lo que cayó en Chicxulub fue precisamente un fragmento de cometa. La estadística no es lo único en lo que se apoyen. La abundancia de rocas condritas carbónicas en el sustrato de la época del impacto no encaja con la composición de los meteoritos del cinturón de asteroides. Ese tipo de rocas son más habituales precisamente en los objetos de la nube de Oort. De hecho, ese mismo tipo de rocas se ha hallado en otros grandes cráteres como el de Vredefort, en Sudáfrica, o el cráter Zhamanshin, en Kazajistán. Loeb y Sira calculan que este tipo de colisiones se producen con una frecuencia de entre 250.000 y 730.000 años.

De momento, la de Loeb y Sira es una hipótesis más. Los astrofósicos confían en que las observaciones del Sistema Solar que hacemos con telescopios cada vez más grandes y mejores permitan afinar los modelos matemáticos. El objetivo final no es solo calcular de forma precisa de dónde provino el objeto que aniquiló a los dinosaurios, sino predecir cuándo puede volver a pasar. [Eurekalert vía Ars Technica]

Fuente: gizmodo

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